
Por Eudoro Álvarez Cohecha
Ingeniero agrónomo con especialización en temas de ambiente y sostenibilidad, así como en agricultura alternativa. Con una destacada trayectoria como ex profesor universitario y actual directivo nacional de Dignidad Agropecuaria Colombiana.
Los más de 500 000 mil habitantes de la capital del Meta dependemos, principalmente, para nuestro suministro alimentario de regiones como el Ariari y el oriente de Cundinamarca.
Según datos de la Secretaría de Competitividad, en territorio de Villavicencio solo se produce el 3% de los alimentos frescos y procesados que hacen parte de la dieta consumida en la ciudad.
Solamente la carne bovina, el arroz y el aceite de cocina se producen en la ciudad y llegan regularmente a la mesa de los villavicenses, incluso se exportan al resto del país.
La comunicación de la ciudad con el interior del país se ve frecuentemente obstaculizada, pues la llamada autopista al llano luego de más de cinco décadas de estarse construyendo y de los altos peajes, que al decir de un amigo deberían llamarse pillajes, hacen que ese flujo que debe ser constante, vea interrumpido el suministro temporalmente y se sufran tiempos de escasez; incluso productos provenientes de San Juanito y El Calvario, se ven repetidamente estancados por el deterioro de las vías principales y secundarias que los comunica con ésta.
Ante esta realidad, las administraciones municipales, incluyendo la actual, poco han hecho por resolver esta situación; el agro municipal depende de una oficina subalterna de la Secretaría de Competitividad; el Instituto de Soberanía y Seguridad Alimentaria (ISSA) del pasado plan de desarrollo se quedó en el papel, como si los siete corregimientos y las más de 64 veredas que componen la ruralidad de la ciudad fueran poca cosa para la dirigencia local.
El Comité Municipal de Desarrollo Rural (CMDR), presidido por el alcalde de la ciudad, ausente permanente del mismo, igual de la representación del Concejo Municipal, se ha convertido en “muro de lamentaciones” de los representantes campesinos, sin que ese espacio de concertación surta los efectos para los que fue constituido.
El “elefante blanco” de la Galería del Siete de Agosto, sigue sin arrancar pues ni Harman ni el actual alcalde han querido o no han podido hacer de ella un centro de suministro permanente de alimentos para los villavicenses y el proyecto de iluminación solar de la misma, arriesga convertirse en otro paquidermo más, otra vergüenza, una más, para la ciudad.
Los mercados campesinos, esfuerzo de la sociedad civil, siguen siendo reemplazados por mercados show, ocasionales y costosos, desconociendo la existencia de organizaciones que operan contra viento y marea, fuera del radar de la administración, por consideraciones ajenas al interés de los ciudadanos de la capital metense.
Los corregimientos y veredas del municipio continúan esperando que esta administración municipal arranque en el campo; la soberanía alimentaria sigue siendo una tarea pendiente para el actual alcalde y la Secretaría de Competitividad de la ciudad. Muy poco tiene que agradecerle los campesinos de Villavicencio a la dirigencia política de la ciudad; ojalá no culmine esta administración que ya tiene seis meses de actuación y la solución de esta problemática siga pendiente.
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